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…. Y llegó el verano del 2001. Me molaba ir a las tiendas a comprar ropa y todavía más que la gente te dijese lo guapa que me veían; me sentía cómoda con mi nueva imagen. Solucioné el tema del alojamiento para el siguiente curso académico: una amiga de toda la vida me había ofrecido una habitación que había quedado libre en su piso de alquiler. Mi infierno había terminado, me sentía muy feliz y decidí que era hora de olvidarme de la báscula y volver a comer de forma normal de nuevo.
Y los 2 años siguientes los disfruté a tope. La convivencia con mis compañeros de piso era genial: nos turnábamos para cocinar, hacíamos la compra común, comíamos y cenábamos juntos, compartíamos muchos momentos junto a la televisión… También empecé a conocer y relacionarme con mucha gente: amigos de unos y otros se pasaban por el piso, organizábamos cenas, acudíamos a las fiestas universitarias…Sacar notas más que decentes me resultaba cada vez más fácil. Me apunté a una academia para sacarme el carnet de conducir y también a clases de alemán. Todo era ideal, y yo siempre estaba sonriente y alegre.
Pero pronto empecé a darme cuenta de que los pantalones empezaban a no poderse abrochar y que las fotos mostraban mi sonrisa entre dos molludos mofletes. Entonces una alarma saltó en mi cabeza y me di cuenta de que no podía tener el cuerpo que yo deseaba simplemente dejando de picotear entre horas, sino que iba a tener que cambiar mis habitos alimenticios para siempre. Y volví a iniciar una nueva dieta, aunque en esta ocasión no tan radical.
Y desde entonces soy esclava de mi cuerpo. No puedo soportar la idea de volver a engordar y prefiero que me ocurra casi cualquier cosa (perder el empleo, por ejemplo) a verme con unos kilitos de más. Para mí sería una verdadera tragedia volver a ver en un espejo un cuerpo que no conseguiría aceptar.
En otro post profundizaré en estos temas de la obsesión por estar delgada y de cómo me afecta al tema de la fertilidad y una posible futura maternidad.